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Es la convivencia, estúpido

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El respeto, los valores, la ética. Si estas fallan, ahí están las normas para dictarnos cómo comportarnos; pero hete aquí que se nos está complicando la convivencia de una manera temeraria. Garantizarnos la coexistencia es de primero de política, esa cosa que inventamos los humanos para resolver los conflictos que, una vez encauzados, permitan que todos juntos podamos vivir en sociedad. Nos ha implantado (el Gobierno) leyes con clandestinidad y alevosía. Sin debate y con lentejas, porque es lo que hay, aunque nos enfrente. No piensa en nuestra convivencia sino en la suya y en la de su Ejecutivo.

Nos ha metido el recelo en el sexo, y en un primer beso un consentimiento cuasi de firma obligada que predispone a las mujeres a temer de los hombres y a los hombres a tener suspicacias con las mujeres. Nos ha obligado a la aceptación, entre fluidos, de un solo sí es sí que de nada vale si la alimaña que viola o abusa, se libera antes de su delito y deja a la víctima cargando con la pena toda la vida, como siempre.

Nos ha enrarecido la convivencia familiar dándole a los chavales potestad para hormonarse o abortar sin conocimiento de los padres, que para todo lo demás estamos obligados a educarles y responder por ellos penalmente hasta que cumplan dieciocho. Nos ha enrevesado el día de la madre y el padre con progenitores gestantes y no gestantes. Y nos ha complicado tanto la relación que teníamos con nuestras mascotas y el resto de los animales, que a día de hoy tenemos dudas de cuál es lugar que ocupamos en la cadena evolutiva y si mejor no sería que nos dejáramos comer.

«Ha dinamitado con su irritante supremacía moral todo lo que a las mujeres nos costó conseguir en décadas»

Ha dinamitado con su irritante supremacía moral todo lo que a las mujeres nos costó conseguir en décadas, que no era mucho, pero algo era. Ha vuelto a poner al hombre por encima de nosotras y gracias a su ley trans, por el simple hecho de expresar un sentimiento femenino, habremos de ver cómo se nos priva de nuestras cuotas laborales, nuestras marcas deportivas, nuestra paridad y nuestros espacios públicos y privados, donde ya nos estábamos dejando ver con mucho esfuerzo. Nos ha devuelto al principio. A un mundo machista diseñado por su rebaño de lobos con piel de cordero que aseguraban defender nuestros derechos.

Por acción o inacción nos está complicando la vida en común en universidades apestadamente politizadas, en círculos laborales con sindicatos armados en partidos políticos a lo suyo, no a lo nuestro, en la calle con sicarios de las paguitas y el desorden, y hasta en nuestra nevera con sus arrogantes eco-mentales, clientes vips de Amazon y Glovo, que en nombre del planeta, al tiempo que queman combustible, nos dictan qué comprar y qué comer.

Tampoco es fácil cohabitar con sus peones señalando sin pudor a empresarios, jueces, ciudadanos particulares, y normalizando el odio y afeando la conducta al prójimo mientras ellos contratan a asesores, familiares y amigos de todo pelaje para llevárselo crudo, pero de otra manera. Y menos aún es sencillo convivir cuando se regala clemencia al que delinque, sobre todo si viene de Cataluña, y se mortifica a los que cumplimos las normas.

Nos ha teñido de recelo hasta el alquiler de un piso con tanta justificación de la okupación. Y cuando salimos a defender a las víctimas, de lo que sea, nos segregan tildando de provocación, al estilo de la izquierda abertzale, cualquier movimiento ajeno a su causa. Está haciendo que hasta los arboles sean de derechas o de izquierdas y que no se pueda oír música que no sea regatón so pena de que le llamen a uno clasista y homófobo. Y para acabar, quiere que el becario cobre, sin tener en cuenta que también nosotros querremos nuestro dinero por enseñarle. Es la convivencia, estúpido. Hay que serlo para no verlo, caramba.


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